El Camino de Santiago fue durante la Edad Media una de las vías de comunicación más importantes de Europa, una red viaria que atravesaba territorios surcados por numerosos ríos que los viandantes debían vadear. Así pues, tanto para el Camino como para las vías de comunicación en general, en tiempos medievales salvar y cruzar los cursos de agua constituyó siempre un problema mayor, sobre todo durante los meses de invierno, cuando sus cauces acumulan más agua.

Por todo lo dicho, el trazado del Camino nació íntimamente ligado a los puentes y, desde sus orígenes, los grandes benefactores de la peregrinación -desde los santos a los reyes- se ocuparon de la construcción de nuevos puentes y reconstrucción de las antiguas obras romanas, puentes y calzadas.

La mayoría de los puentes no eran las grandes obras de compleja ingeniería que la historia nos ha legado, lejos de ellos, la mayoría de los puentes medievales eran una simple estructura de madera colocada horizontalmente sobre el cauce que facilitaba el paso.

Las grandes estructuras más complejas se concentraban en los principales ríos, en las corrientes más anchas y, en su mayoría, eran herederas del tendido romano. Estos son los grandes puentes construidos en piedra, con arcos de medio punto u ojivales, dependiendo del momento histórico de su construcción.

Ciertamente, la supervivencia de tantas estructuras de época romana constituye un testimonio de la importancia de los puentes en cualquier red viaria o de comunicación, construcciones necesarias y valiosas que nunca fueron descuidadas o derribadas sino continuamente renovadas y reconstruidas. Por esta razón, la mayor parte de los puentes antiguos que hoy conocemos son el fruto de continuas restauraciones, llegando en muchos casos a ser una construcción colectiva, en la que todas las generaciones dejaban sus huellas.

Conocemos la existencia de los llamados pontoneros que se ocupaban del servicio de los puentes. Un ejemplo lo encontramos en el Camino Norte, en el difícil e incluso peligroso paso hacia Ribadeo sobre el río Eo. Los pontoneros llevaban en sus barcas a la gente de una orilla a otra, cobrando por ello un impuesto que, según cuentan los textos, a menudo era abusivo.

La importancia de los puentes fue tan grande que, en muchos casos, determinaron el nacimiento y crecimiento de algunos de los principales pueblos del Camino Francés. Este fue el caso de: Zubiri, Puente de la Reina, Puente Malatos, Logroño, San Marcos de León, Puente del Paso Honroso, Ponferrada, Portomarín, etc.

Además, su construcción y cuidado alcanzó a monjes constructores y reparadores de puentes ligados a diferentes órdenes religiosas o de caballería, como las de Santiago de Altopasso y San Juan de Malta, e incluso a santos, como santo Domingo de la Calzada o san Juan de Ortega, quienes pasaron a la historia como “santos ingenieros” por haber facilitado el paso de miles de peregrinos con sus construcciones.

Como elemento crucial de los caminos y la vida de la peregrinación, los puentes dieron lugar a numerosas tradiciones y leyendas, entre ellas la famosa leyenda de “el Puente de Santiago”: un puente simbólico que según esta leyenda debían atravesar las almas tras la muerte y en cuyos extremos se situaban san Miguel y Santiago el Mayor. Esta tradición, como otras muchas, nació vinculada a otro simbolismo de los puentes: el religioso. Porque en tiempos medievales, los puentes eran vistos como símbolos del caminar pero también del tránsito, del paso de un estado a otro, sobre todo del estado terreno al celestial, de la vida a la eternidad.

Fuente: www.fundacionjacobea.org

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